“Los ojos caían sobre las cosas como águilas”
Julio Cortázar
Los ojos, perdidos, buscando nada, queriendo nada.
Perdido entre brutales silencios, buscando todo,
queriendo todo.
El reflejo del iluminado vacío, el testigo del mundo,
resaltando el tenue verde, piedra resignada a perder, a dejar pasar, a buscar
entre la nada, el todo. Sentado frente a la total irrealidad del mundo
imperfecto, frente a fuertes estrellas que carcomen el sentimiento pacífico de
la podredumbre, ese aroma a nada, a flores secas, a cabellos sucios, a cuerpo
destilando amor por los poros escabrosos de la infelicidad. Mirando un agujero
caleidoscópico, la nada palpable buscaba esos ojos, ese espacio vulnerable, frágil,
la entrada al laberinto difícil de salir, la máquina intrínseca de dios, la
puerta corrediza sin protección, mis ojos y los tuyos. La nada queriendo ser
todo, el todo siendo la nada, contemplando una esencia sin condición,
multiplicada en el espacio, ya no en el tiempo. Poderoso orificio trastocado, y
vuelto inútil, convertido en impúber, en infértil.
Los ojos perdidos.
Perdidos en la soledad creciente de la mortífera
rutina, de los días idénticos, sustrayéndose poco a poco de la agotable
realidad, de la brisa intermitente recorriendo las suaves paredes de las almas.
La sensación de estar parado sobre un gigantesco vacío, de estar atado con
cuerdas de barro, de caminar sobre ríos insondables, y de vivir en el sueño de
algún monstruo muerto.
Los ojos cansados ya no pueden llorar, ya no sirve
llorar; las sádicas gotas invertebradas mojarán los puños de la muerte
extasiada de tanto dolor vívido del que llora, del que se desdobla en el espejo
de sus propias lágrimas.
Mojarán la eterna calma, y todo pasará como si nada:
la lluvia ocular no inundará las avenidas intransitadas de la mundana soledad,
no limpiará los dolores del corazón, no ahogará mi cabeza en inmensos océanos. Tampoco
será suficiente para humedecer las descoloridas y muertas flores de este
confirmado vacío, de esta nada palpable y autosuficiente.
Persigo la miseria del mundo, pierdo mis días entre
la resonancia de huecas palabras que recorren mi finita cabeza. Ya no sirve
llorar, no. Ya no puedo llorar, no. Pero parado en el trance final de la
constante guerra entre mi ser y no ser, pero queriendo salir de estos segundos
polinizados de la insostenible realidad estoy; no puedo encontrar la salida,
tan lejana. No puedo ver, la tormentosa quietud se antepone a los ideales soberanos
de mi desoída sombra, que deambula como un rey sin corona; a veces busco ser
admitido en la fácil burguesía de las noches de amantes, en los pilares
perfumados de una canción desesperada, en las camas vacías y sábanas tibias. No
puedo ver las señales borradas del camino muerto, del sendero oscuro y sinuoso,
de esta vida cuesta arriba.
Los ojos perdidos, buscando nada, queriendo nada,
encontrando nada entre tanto mundo.
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| Fotografía de Michael Tighe |