jueves, 15 de mayo de 2014

Camposanto


Hendida mi mirada,
se posa, algo desorbitada,
en tus ojos,
duros, quietos.

Hay algo extraño en tus ojos vivos,
están algo muertos, no respiran,
son fosos fétidos,
baúl de niños como dormidos,
son de un verde hediondo,
un verde vacío.

Quedo extático, enredado.
Durmiendo, veo, un feto fétido,
como un retoño verde, fagocitado.

Está consumido por la pupila iridiscente
que escudriña al inconsciente:
pequeño muerto palpitante,
pequeña ventana a la tierra baldía.

Se retuerce en silencio
el niño que no nació
el feto que no murió,
pero largos minutos te miro
y tus ojos no se cierran,
se inunda de sangre el feto triste.

Son tus ojos pequeñas cunas-tumbas,

camposanto de fetos enterrados.

Pájaro Negro

El mal lamió mi alma.

Cayó la tarde callada
y un temblor recubrió mi espalda.

A lo lejos un pájaro negro
cantando en la muerta noche.

Susurraba con alas rotas
entre mis palabras desgajadas.

Quise forjar un verso de mis huesos
pero estaban yermos.

Quise esconderme del canto ignoto
pero me perdí entre las negras plumas.

El mal comprimió mis manos.

Aquellas estrofas explotaron ocultas
en las palmas quebradas del dolor.

Su canto arruinó mi sangre
y ya no pude garabatear

en la negra tela del olvido.

domingo, 9 de junio de 2013

En la inerte blancura

Se sentó. Enfrentó la computadora para escribir algo emocionante y relativamente bueno.
Martilló algunas teclas, como para ver si funcionaban bien, mero acto sin finalidad, solo para ensayar el movimiento de los dedos que esperaban acuciantes el veredicto que les dictara el cerebro. Miró el  monitor y se encontró con un espacio en blanco que simulaba una hoja blanca donde debía teclear lo que estaba en su cabeza. Intrépida transposición de mundos paralelos, donde el instrumento preciado son diez dedos regordetes que maquinalmente se equivocan al presionar las teclas deseadas. Tardó en comprender aquel distanciamiento.
Sin embargo, siguió apoyando sus dedos infructuosos para ver si a la larga acostumbraba a los inservibles a su cansador trabajo…
Luego de haber llenado siete renglones con palabras que no tuvieron significado cuando releyó, se decidió a borrar todo sin el menor tapujo, sabía que no podía producir cualquier cosa: necesitaba algo valioso y con un efecto final para que causara algo en el público.
Masticó unas ideas que volaron al menor descuido. Reformuló algunas palabras de una oración que había pensado como inicio, pero las desechó todas por no poder continuar con la temática. Satisfizo el deseo de escribir “descuido”, “sensaciones”, “amoríos” y “extrañeza”: al cabo de un segundo suprimió cada letra.
La ansiedad de empezar lo carcomía y las imperiosas agujas del reloj lo iban despedazando de a poco, hasta que quedó totalmente encorvado sobre la silla que lo sostenía. Sostuvo los dedos en el aire y sobre las teclas para ver si estas imantaban a los otros y los hacía correr sobre las letras blancas. Nada se movió, solo un leve tintineo que apareció en el extremo inferior de su computadora, le estaba indicando que de a poco se quedaba sin carga.
Decidido a escribir por lo menos el comienzo se rehízo de esfuerzos y revolotearon en su cabeza algunos esbozos, que se diluyeron rápidamente mientras golpeaba las letras para fundar la primera palabra. Sintió un sofoco espectacularmente angustioso y quedó con los ojos perdidos en la nada en dirección a la pantalla. Repasó lo que había escrito -solo una palabra- y pensó cómo podía continuar: Bajo las estrellas la piel se le estremecía lentamente… Era un buen comienzo, misterioso y poético, pero un comienzo de qué, pensó enseguida. En el horizonte se divisaba una sombra que se acercaba como una hoja arrastrada por el viento del sur. Iba tomando forma. La luna se escondió entre pequeñas nubes que deambulaban inconscientes. Al fin, pensó. Luego de tantos intentos fallidos por fin encontraba su comienzo. La luz roja de la parte inferior aumentaba el tintineo, justo ahora que encontró su comienzo perfecto. Cuando hubo calculado el tiempo que le quedaba para escribir volvió a leer lo que estaba en la pantalla: ya no era lo mismo. Como un autómata deslizó su dedo índice hacia el botón de borrar.
Ya no había nada, en la pantalla solo veía una impoluta hoja digital blanca, su cabeza se asemejaba bastante a esta hoja.

Se recostó sobre el respaldo del asiento, tamborileó sobre la mesa. Cansado de ejercitar sus dedos profirió un suspiro atroz y apagó la computadora.

En la noche

Encriptado sueño feroz, la luna concibió
estrellas revueltas y vientos trémulos,
en tu castillo bravío de perdición
leí tu voz en mi cabeza entonada de miel,
recorrí el pétalo de tu sexo, dominándome
hasta hacerme caer.

Caí, tinta roja del mágico placer
perverso de perderse en tu copa dulce
y palpar la dicha excelsa, vida!
Sentir entre melosa melodía de sueño
las agujas girando lentas y precisas,
recorriendo conmigo la flor sublime
que olí dormido, enérgica visión, azul!

Sincera carne, espejismo real, silencio
cuajado por el crujir de los cuerpos,
miles de palabras calladas, ausentes; sí!

Silencio asediando mi cuerpo en silencio,
espacio que solitario habito durmiendo,
luna trocada en mañana, agujas que pulsan
el minuto final.

viernes, 26 de octubre de 2012

Ojos en fuga


“Los ojos caían sobre las cosas como águilas”
Julio Cortázar

Los ojos, perdidos, buscando nada, queriendo nada.
Perdido entre brutales silencios, buscando todo, queriendo todo.
El reflejo del iluminado vacío, el testigo del mundo, resaltando el tenue verde, piedra resignada a perder, a dejar pasar, a buscar entre la nada, el todo. Sentado frente a la total irrealidad del mundo imperfecto, frente a fuertes estrellas que carcomen el sentimiento pacífico de la podredumbre, ese aroma a nada, a flores secas, a cabellos sucios, a cuerpo destilando amor por los poros escabrosos de la infelicidad. Mirando un agujero caleidoscópico, la nada palpable buscaba esos ojos, ese espacio vulnerable, frágil, la entrada al laberinto difícil de salir, la máquina intrínseca de dios, la puerta corrediza sin protección, mis ojos y los tuyos. La nada queriendo ser todo, el todo siendo la nada, contemplando una esencia sin condición, multiplicada en el espacio, ya no en el tiempo. Poderoso orificio trastocado, y vuelto inútil, convertido en impúber, en infértil.
Los ojos perdidos.
Perdidos en la soledad creciente de la mortífera rutina, de los días idénticos, sustrayéndose poco a poco de la agotable realidad, de la brisa intermitente recorriendo las suaves paredes de las almas. La sensación de estar parado sobre un gigantesco vacío, de estar atado con cuerdas de barro, de caminar sobre ríos insondables, y de vivir en el sueño de algún monstruo muerto.
Los ojos cansados ya no pueden llorar, ya no sirve llorar; las sádicas gotas invertebradas mojarán los puños de la muerte extasiada de tanto dolor vívido del que llora, del que se desdobla en el espejo de sus propias lágrimas.
Mojarán la eterna calma, y todo pasará como si nada: la lluvia ocular no inundará las avenidas intransitadas de la mundana soledad, no limpiará los dolores del corazón, no ahogará mi cabeza en inmensos océanos. Tampoco será suficiente para humedecer las descoloridas y muertas flores de este confirmado vacío, de esta nada palpable y autosuficiente.
Persigo la miseria del mundo, pierdo mis días entre la resonancia de huecas palabras que recorren mi finita cabeza. Ya no sirve llorar, no. Ya no puedo llorar, no. Pero parado en el trance final de la constante guerra entre mi ser y no ser, pero queriendo salir de estos segundos polinizados de la insostenible realidad estoy; no puedo encontrar la salida, tan lejana. No puedo ver, la tormentosa quietud se antepone a los ideales soberanos de mi desoída sombra, que deambula como un rey sin corona; a veces busco ser admitido en la fácil burguesía de las noches de amantes, en los pilares perfumados de una canción desesperada, en las camas vacías y sábanas tibias. No puedo ver las señales borradas del camino muerto, del sendero oscuro y sinuoso, de esta vida cuesta arriba.
Los ojos perdidos, buscando nada, queriendo nada, encontrando nada entre tanto mundo.


Fotografía de Michael Tighe