viernes, 26 de octubre de 2012

Ojos en fuga


“Los ojos caían sobre las cosas como águilas”
Julio Cortázar

Los ojos, perdidos, buscando nada, queriendo nada.
Perdido entre brutales silencios, buscando todo, queriendo todo.
El reflejo del iluminado vacío, el testigo del mundo, resaltando el tenue verde, piedra resignada a perder, a dejar pasar, a buscar entre la nada, el todo. Sentado frente a la total irrealidad del mundo imperfecto, frente a fuertes estrellas que carcomen el sentimiento pacífico de la podredumbre, ese aroma a nada, a flores secas, a cabellos sucios, a cuerpo destilando amor por los poros escabrosos de la infelicidad. Mirando un agujero caleidoscópico, la nada palpable buscaba esos ojos, ese espacio vulnerable, frágil, la entrada al laberinto difícil de salir, la máquina intrínseca de dios, la puerta corrediza sin protección, mis ojos y los tuyos. La nada queriendo ser todo, el todo siendo la nada, contemplando una esencia sin condición, multiplicada en el espacio, ya no en el tiempo. Poderoso orificio trastocado, y vuelto inútil, convertido en impúber, en infértil.
Los ojos perdidos.
Perdidos en la soledad creciente de la mortífera rutina, de los días idénticos, sustrayéndose poco a poco de la agotable realidad, de la brisa intermitente recorriendo las suaves paredes de las almas. La sensación de estar parado sobre un gigantesco vacío, de estar atado con cuerdas de barro, de caminar sobre ríos insondables, y de vivir en el sueño de algún monstruo muerto.
Los ojos cansados ya no pueden llorar, ya no sirve llorar; las sádicas gotas invertebradas mojarán los puños de la muerte extasiada de tanto dolor vívido del que llora, del que se desdobla en el espejo de sus propias lágrimas.
Mojarán la eterna calma, y todo pasará como si nada: la lluvia ocular no inundará las avenidas intransitadas de la mundana soledad, no limpiará los dolores del corazón, no ahogará mi cabeza en inmensos océanos. Tampoco será suficiente para humedecer las descoloridas y muertas flores de este confirmado vacío, de esta nada palpable y autosuficiente.
Persigo la miseria del mundo, pierdo mis días entre la resonancia de huecas palabras que recorren mi finita cabeza. Ya no sirve llorar, no. Ya no puedo llorar, no. Pero parado en el trance final de la constante guerra entre mi ser y no ser, pero queriendo salir de estos segundos polinizados de la insostenible realidad estoy; no puedo encontrar la salida, tan lejana. No puedo ver, la tormentosa quietud se antepone a los ideales soberanos de mi desoída sombra, que deambula como un rey sin corona; a veces busco ser admitido en la fácil burguesía de las noches de amantes, en los pilares perfumados de una canción desesperada, en las camas vacías y sábanas tibias. No puedo ver las señales borradas del camino muerto, del sendero oscuro y sinuoso, de esta vida cuesta arriba.
Los ojos perdidos, buscando nada, queriendo nada, encontrando nada entre tanto mundo.


Fotografía de Michael Tighe



                                                                                                                                                                                                                                                                                              

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